Reseña sobre la vida y escritos de Catulo
Autor: Sandra Liera Bernal
Entre los estudiosos de la vida y obra del poeta
latino han existido discrepancias acerca de los verdaderos datos de su
nacimiento y de su muerte: el error radica quizá en el hecho de que San
Jerónimo, en su edición del Chronicon
Eusebii, establece que nació en Verona, en la Galia Cisalpina, el año 2° de
la olimpiada 173, año 667 de Roma, 87 a. C.; y ubica su muerte treinta años
después en la ciudad de Roma —lo cual pudo haber sido una simple aproximación—,
de tal manera que durante algún tiempo se tomó por exacta la fecha del 57 a. C.
sólo para que los eruditos descubrieran que el propio Catulo se encargaba de
desmentir el dato: En su Poema LV a Camerio habla del pórtico de Pompeyo,
construido el año 55 a. C.; en el Epigrama CXIII a Cinna alude al segundo
consulado de Pompeyo; en sus Poemas XI y XXIX a Furio, Aurelio y César, trata
de la invasión de éste último en Bretaña; y en el Poema LIII, cuando celebra la
acusación de Calvo contra Vatinio, hace referencia a acontecimientos que se verificaron
en el 54 a. C., año a partir del cual no existe registro de escrito alguno
producido por Catulo, lo que lleva a tomar este año como el verdadero año de su
muerte.
Poco se sabe de la infancia del
poeta debido a que no se encuentra en su obra ninguna alusión a ella (sólo un
par de poemas a un hermano fallecido años después, al que le dedicaría algunos
de sus versos más dolidos: Yo vengo,
hermano mío, a tu sepulcro, después de recorrer tierras y mares, a hablar en
vano a tus cenizas mudas y a darte mis postreros homenajes). Se asume, sin
embargo, transcurriendo tranquila y apacible en la noble casa veronesa de su
padre —quien cultivaba amistad con Julio César, a quien Catulo despreciaba—
hasta que durante su juventud fue recomendado por Quinto Metelo, cónsul y
militar romano, al erudito Cornelio Nepote —a quien dedicaría posteriormente buena
parte de su obra— para realizar sus estudios en Roma, donde se estableció
durante el año 62 a. C. Su llegada a Roma marcaría definitivamente todo su
corpus literario: los excesos de la gran ciudad le fascinaban y repugnaban a
partes iguales, y fueron un tema recurrente en su poesía; ahí, además, forjó
amistad con los despectivamente nombrados por Cicerón como poetas neotéricos, que se caracterizaban por el deseo de cultivar
una lírica refinada y concisa, de perfecto acabado formal; y, por último, fue
en Roma donde se enamoró de Clodia, esposa de aquel cónsul que lo recomendara
con Cornelio: la a un tiempo amada y odiada Lesbia de sus poemas.
De Lesbia y su relación con Catulo
ha dicho el biógrafo Joaquín Casasus: “Lesbia se apoderó por completo del
alma del poeta, la poseyó por entero; él no tuvo amor sino para ella, vivió con
ella y por ella durante los mejores años de su vida, y le consagró los más
inspirados de sus poemas, aquellos que hoy constituyen el elemento
característico de su genio. Las almas jóvenes se abandonan y aman siempre así
en los albores de la vida; nada puede igualar la intensidad de sus pasiones,
nada medir la profundidad de sus afectos, nada superar la espontaneidad de sus
impulsos”. Fue, sin embargo, una
relación tormentosa, especialmente para el poeta: Lesbia era conocida por los
excesos que en más de una ocasión denunciaría Catulo en sus poemas y que la
hicieron ser infiel a éste en diversas ocasiones una vez muerto Quinto Metelo
—presumiblemente envenenado a manos de la propia Clodia—. Encendió en él el
ardor amoroso con la misma intensidad que el odio, y por ella cantaría uno de
sus más famosos poemas tras perdonar una más de sus infidelidades, desolado:
No amar a nadie como
a mí me ofrece;
no ceder ni aun de
Jove a los deseos;
mas las promesas de
mujer se escriben
sobre el agua que
corre y sobre el viento.
La poesía de Catulo es eminentemente personal, emotiva y visceral:
prevalece siempre la subjetividad que la identifica como una de las primeras
poesías del ego, del yo, y recurre frecuentemente a dualidades como el amor
y el odio, la amistad y la traición con un carácter explícitamente social. Del
mismo modo que es capaz de elevar hermosas palabras a Lesbia o de expresar
abatido su dolor por el hermano ausente, dedica buena parte de su obra a la
caracterización de sus enemigos ridiculizándolos en sátiras punzantes y
directas cuya traducción fue evadida durante algún tiempo por considerarlas de
mal gusto:
¡Oh licenciosos César
y Mamurra!
El uno al otro os
convenís, malvados.
No es de extrañar que
de infamantes vicios
Uno en Formio, otro
en Roma, conquistaron
Marcas que guardan
para siempre impresas.
Sois lascivos los
dos, gemelos ambos
En artes amorosas en
el lecho,
Adúlteros lo sois en
igual grado
Y rivales y socios de
mujeres.
¡El uno al otro os
convenís, malvados!
En su obra no puede establecerse ni un orden cronológico, ni un orden
temático, y ni siquiera, muy probablemente, una unidad de obra, pues la
apariencia del corpus conservado es la de una yuxtaposición o mezcla de varios
libros; sin embargo, se cuenta con una clasificación según la forma de sus 116
poemas conocidos:
·
Poemas I al LX: piezas
cortas de métrica variada (diversos tipos de yambos y de versos de la métrica
eólica).
·
Poemas LXI al LXVIII: composiciones
de larga extensión.
·
Poemas LXIX al CXVI: poemas
en dísticos elegíacos.
Probablemente
la originalidad de Catulo consista en haber sido el primero en dedicarse al
ejercicio de la elegía romana con sus rasgos
característicos de subjetividad, autobiografismo e intimidad, mucho menos
presentes en las obras de sus contemporáneos.
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